Metalingüística

Sus manos de dedos moldeados, cetrinos, se refieren a mi cuando danzan sobre el aroma a café. Su yema acaricia el circulo embarrado de espuma pegada, tocan el borde del plato y reposan. Hace girar el anillo en su anular cuando mis preguntas ponen un dedo en la llaga, su cuerpo siente una incomodidad que su intelecto no transita. El sol huele a cáñamo frío y piedras húmedas. Muestra su agotamiento bajo una barba de varios días. El tejido azul ultramar sobre su piel, intenta acomodarse sin éxito y desnuda sus antebrazos para raspar con los codos la aridez de la madera que nos separa.
Las miradas se distraen en el contexto.
Sus yemas se deslizan, vienen. Su meñique envuelve al mió que parece diminuto. Carente de inocencia, esa comisura derecha se eleva y su cabeza se inclina levemente. Me sonrío.
El tiempo se estira.
Sus manos se elevan, se crispan alargando el espacio a su alrededor y su voz (que hasta ahora fue grave, dócil, algo monótona) sube alegre con ellas; exponiendo, defendiendo su idea sobre mí.
Arremeto. Ríe complacido. Toma distancia apoyando la espalda en la silla.
Un tanto más serio, su mirada intensa y franca se suspende en la mía; estática, profundiza este instante que percibo interminable.
Yo dispongo.