La Casa de Las Margheritta - (Fragmento)
UNA SEMANA ANTES
La clase no había salido del todo bien a su entender, los alumnos parecían cansados de analizar el mismo texto y compararlo con cada lectura nueva, y se notaba. Ferni entro a la casa pensando en retocar un poco el contenido de la próxima clase.
Cuando puso la llave en la puerta se acordó que Chucho le había dicho que intentaría dormirse temprano, el cansancio de los últimos días se le notaba. Un día antes había firmado su último cuadro y eso le daba un impás a su alma, y aganas de hornear panes, hasta que se sentara otra vez en su banqueta frente al lienzo en blanco, estático hasta la primera pincelada.
Ferni pensaba que en los años que lo conocía, nunca lo había visto tan agotado, a veces le daba la impresión que se arrastraba por la casa, había subido bastante de peso, y no dejaba de fumar y tomar tinto. Igual conservaba esa risa sonora, solo que ahora se apagaba con mas rapidez.
La casa estaba a obscuras. Con hambre, Ferni entro en la cocina y encendió la luz. Sobre la mesa: la botella de Cabernet y un vaso a medio tomar. Sobre la tabla de madera: fiambres, quesos, aceitunas negras, los frascos de vidrio con conservas que la mamá de Chucho le mandaba una vez al mes: berenjenas en aceite y especias, morrones al ajo, tomates secos en oliva y laurel, y esos huevos de codorniz con aroma ahumado, que nadie sabía muy bien como preparaba. Sobre un linzo blanqúisimo: la enorme hogaza redonda de pan casero cortada con el largo cuchillo de serrucho. Servilletas de tela manchada.
Comió algo, cerró los frascos y guardo el fiambre en la heladera, protestando por lo bajo por esa costumbre que tenia Chucho de dejar las cosas fuera de la heladera. Siempre contaba con que él llegaría en algún momento y terminaría de ordenar. -Un día de estos no voy a venir a dormir y al otro día vas a tener que tirar a la basura tu comida favorita-, pensó Ferni mientras subía las escaleras.
La puerta de la habitación de Chucho estaba entreabierta. La luz prendida. ¿Estará todavía despierto? Se detuvo un segundo. Silencio total. ¿Se durmió con la luz prendida? Asomó los ojos y la nariz por la puerta. Nadie sobre la cama. ¿Dónde está? Abrió la puerta. Se quedó con la mano en le picaporte. Susurró: “Chucho?”. Dio un paso dentro de la habitación. El cuerpo le tembló un poco. Llamó otra vez: “Chucho?”. Frunció el seño. Al otro lado de la habitación la puerta del baño entreabierta dejaba ver la suela del zapato de Chucho, el tobillo y el pantalón levantado. Ferni solo corrió, con el golpe que el corazón le pegó cuando lo vio tirado. El resto fue desesperación. Vorágine. Llamados. Dudas, gritos al teléfono. La sirena. Un tipo de ambo blanco entrando con una valija negra, dos tipos de celeste con una camilla, y él parado en el dintel de la puerta refregándose las manos con ansiedad. La mirada de reojo del médico al camillero. La voz del médico ¿es Usted familiar? Él, negando con la cabeza. ¿Puede llamar a algún familiar? Él, diciendo: no sé. Mire; no se puede hacer nada. Nos vamos al hospital. Llame a la familia, es lo mejor que puede hacer para ayudar, le decía el medico con la mano en su hombro mientras el cuerpo de Chucho pasaba sobre la camilla tapado con una sábana hasta la cabeza. Eso se hace cuando están muertos. Y el medico otra vez: ¿sabe a quien llamar? ¿Quiere que le de algo para tranquilizarse? Y el cuerpo de Chucho bajando horizontal por las escaleras. Lo sacaron con los pies delante. Y el medico otra vez: ¡Oiga! ¿Sabe donde queda el hospital? Y el cuerpo de Chucho saliendo por la puerta de abajo, el azul de los destellos de la sirena sobre la sabana blanca. Para lo que sea es tarde. No, no me de nada. ¿Dónde esta la agenda? ¿Mari? No, ella no es familiar. ¿Majo? Si, la hermana. Y otra vez el médico: Mire, le dejo anotado la dirección de la guardia, lo vamos a entrar por ahí, si quiere hacerle un favor a la familia, busque el DNI. y lléveselo al hospital, y si tenía obra social o prepaga, trate de encontrar el carné. Y los ojos del medico mirándolo fijo. Y la mano del medico abriéndole la mano y poniéndole un papel y cerrándole la mano. ¿Está seguro que no quiere que le de algo? No lo va a dormir, solo lo va a tranquilizar un poco. Negar con la cabeza.
Después de hacer los llamados por teléfono desde el pasillo. Se sentó en la cocina.
Ya era de día y por la ventana la luz se posaba en los objetos, que sobre la mesa, habían pasado la noche. Una composición armónica y bien iluminada. A Chucho le hubiese encantado, pensó. La reputamadre dijo, y no pudo más que ponerse a llorar.
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