Mar De Fondo: Soledad, paranoia e algo de histeria (*)

domingo

Soledad, paranoia e algo de histeria (*)





Leyendo unos artículos psiquiátricos sobre los diferentes tipos de personalidad, terminé con aquella sensación paranoide que solía tener cuando estaba en la facultad y transitaba materias como psicopatología, y que consta de empezar a encuadrar los rasgos de todo conocido en alguno de los cuadros estudiados, incluyendo también el hecho de intentar fútilmente hacer auto-análisis. No por nada algunos terapeutas “de civil” resultan un tanto insoportables en el trato, ya que parecen proyectar sin parar para definirse como “sanos” todo el tiempo. Este intentar ponerse del lado de los “sanos” suele ser también característica de las personas que pasaron demasiado tiempo en análisis (no es mi caso, no, no). Otra forma de “intento de sanidad” es la de tener “mente psicoanalítica” o tener la tendencia a analizar la personalidad del otro en términos psicológicos: así, un ferviente católico evangelizador tiene “personalidad mesiánica” una amiga traicionera e histriónica tiene “personalidad histérica”, y alguien que dice sin decir y es contradictorio tiene “conductas perversas”. Por un lado es una manera de intentar comprender la conducta ajena, por el otro es una forma de ponerse en algún grado de superioridad, pero en definitiva son las dos cosas a la vez como una forma de que “duela menos”, eso que el otro hace y duele. Desde esta postura un poco paranoide voy a intentar decir que existe una diferencia entre sentirse solo y estar solo, y también si es real o no que se está solo.
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Somos así

Cuando decimos “yo soy así” (de esta manera) es una afirmación temporal, ya que cambiamos constantemente. En realidad todo lo que solemos ser es primero el fruto de un sinnúmero de situaciones e interacciones (no hay un “ser” puro) y en segundo lugar somos un tránsito, somos devenir constante y cambiante. Lo que suele ocurrir es que esos “compartimentos estancos” que decimos que son “yo soy…”, son en realidad lugares a los que decidimos aferrarnos para no seguir sintiéndonos una masa informe que se está moldeando constantemente y que causa una extraña sensación de inseguridad constante, o más bien contante y sonante, que es bastante parecida a la sensación de inseguridad y aislamiento de “sentirse solo”
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Somos mucho más que dos

Somos seres sociales. Buscamos compañía. Una de las emociones más dolorosas es “sentirse solo”, que es un sentimiento de aislamiento que no se vivencia como intimidad o recogimiento, sino como saberse incomprendido, incomprensible. Es la mente la que crea todo lo que percibimos. Es a través de ella que percibimos el mundo y a nosotros mismos. Somos la sumatoria de todo lo dicho y echo, de todo lo que nos fue dicho y hecho. Y la memoria juega un papel en la soledad: nos recuerda las razones por las cuales nos sentimos así, solos. Cuando pensamos ¿Estamos solos? Cuándo estamos solos ¿Somos uno en nuestros pensamientos? Cuándo estamos con alguien ¿Somos siempre dos o podemos estar y seguir solos? En realidad decir “estamos solos” es incorrecto. Por eso podría decir que hasta en la soledad somos más que uno y con alguien somos más que dos. Esto no significa que el sentimiento de soledad y aislamiento no sea real. En toda relación somos mucho más que dos: desde la intimidad somos la sumatoria de todos los discursos, de las imágenes fuertes que dejaron impronta, estamos hasta en la soledad a la vista de “otros” con quienes la mente dialoga. Somos con nuestros fantasmas en la cama. Somos en el comportamiento que nos marcaron como incorrecto en la charla de café. Somos haciendo este nuevo examen, considerando lo que aquel profesor nos dijo alguna vez. Somos obviando acciones, palabras, actitudes, posturas que fueron criticadas y que en algún momento reconocimos como “no propias” o impropias y dejamos de lado para intentar “ser mejores”, mejorar.
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Si para uno somos dos, para la histeria somos tres.

Me gustaría referirme a la imagen del tercero en las relaciones de a dos. Una de las características que se le endilgan a las personalidades histéricas es la de buscar siempre el tercero que esté en presencia, sin el cual la relación con el otro no funciona (o por lo menos no resulta atractiva), ya que el testigo es parte de la dinámica de la relación en el sentido de que el histérico necesita saberse observado y admirado, pero no ser tocado. Pero ¿Hasta que punto eso es de una neurosis a tratar en le diván, algo a ser “curado” o extraído de la personalidad, sino parte de la constitución de la psiquis humana normal? Cabe agregar en este punto que en general se entiende que todos los excesos son perjudiciales, y claramente hay conductas que son patológicas, si se entiende que devienen en una limitación para quien las ejerce, en el sentido de que le causa sufrimiento el ser como es, y es esto lo que lleva a alguien a recurrir a algún tipo de terapia.
Todos tenemos conductas histéricas. La necesidad de la presencia de un tercero que testifique lo que nos está pasando es algo inevitable (todo el arte y la necesidad de trascendencia es eso) y el desagrado deviene más bien de verse descubierto en este deseo. Nadie quiere ser visto en una actitud semejante, hacer esto conciente es reconocerse teniendo actitudes no bien vistas, implica la posibilidad de ser juzgado teniendo intenciones que orillan la perversa diversión que implica disfrutar con cierto tipo de sufrir ajeno (o más bien satisfaciéndose contando monedas delante de los pobres). Pero ser uno no es justificarse (o negar), sino darse a entender: donde nos pica (y molesta y duele) a parte de rascarnos (y quejarnos y sanar) debiéramos vernos reflejados (y hacernos cargo, y ser responsables… aparte de reírnos un poco).
Esta satisfacción está ligada a que “pertenecer tiene sus privilegios” (gran frase), expresa el deseo de ser parte de algo exclusivo. Si eso no fuera parte de las realidades humanas “lo VIP” no tendría el éxito que tiene. Intentar “salirse” de este tipo de identificación que raya lo superficial, decir (y decirse, porque hay que escucharse en el discurso propio) “a mi lo vip no me va ni me viene”, termina siendo una justificación, una forma de evadirse de la realidad que implica que hay ciertas cosas que nos causan satisfacción y que no son laudables como para admitir. Nos gusta que los otros nos miren la felicidad de nuestros éxitos porque causar envidia causa placer. Nos gusta pertenecer a grupos porque la identificación ayuda a la autoestima (y dicho sea de paso, nos hace sentir menos solos… llámele acompañados, si quiere)

Más allá de todo lo dicho, hay un sólo tipo de intimidad que consiste en estar en presencia de alguien sin que la imago de un tercero exista, uno está presente en totalidad en ese momento, y el pasado (los otros) y el futuro (proyecciones) de desvanecen. Lamentablemente creo que, como la felicidad, es un momento no permanente, y eso no lo hace falso o irreal.
Estar sólo implica soledad, ausencia de otro. Sentirse solo, es estarlo hasta en presencia de otro, pero mucho más hondo es saberse sólo en la soledad. Ser solo es saberse aislado y único, sin carencia ni ausencia, es entender que no se puede ser dos por más que haya momentos en que se sienta una profunda intimidad. La diferencia en general se da por contraste, cuando en una relación de amor, por ejemplo, extrañamos al ser amado, es ahí cuando tomamos noción de que el resto del tiempo que no intimamos, somos solos. Nunca estamos solos, para estar solos tendríamos que carecer de memoria, padecer de pérdida de memoria a corto plazo, o ser como los bebés que se olvidan del objeto en cuanto lo pierden de vista.

Somos solos. Nos sentimos solos (a veces o constantemente). Nunca estamos solos.
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(*) No puse como cordinante "y" porque me gustó más "e"... y bue.

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