Mar De Fondo

viernes

Caerse y levantarse

En Buenos Aires o hace un calor agobiante o llueve sin mucha pausa y de todos modos es gracioso verlo desde la ventana.

It's raining again - Supertramp live




Video It´s reining again

miércoles

Los argentinos somos así. ¿O no?

Ana María Shua, Historias Verdaderas, Ed. Sudamericana (2004)


En 1960 nació en la Argentina la televisión privada, con Canal 9. Uno de los primeros programas, con Ángel Magaña, se llamaba “los argentinos somos así. ¿O no?”. Fue tan exitoso que la frase quedó incorporada al lenguaje de esa generación. ¿Cómo somos los argentinos? Una de nuestras características, que no ha cambiado en los últimos cuarenta años, es, justamente, la frecuencia y la intensidad con la que nos hacemos esta pregunta a nosotros mismos, y a los pobres extranjeros que nos visitan, y que no siempre están pensando en ese tema que tanto nos apasiona.
Para no ser menos, hoy interrogo a mi amigo Branko.
Branko se fue de un país que ya no existe. Cuando llegó a la Argentina, era yugoeslavo. Ahora es serbio. Lo conocí a principios de los noventa y siempre me llamó la atención lo familiar que me resultaba, la identidad de códigos, su forma de extrañar los cafecitos de Belgrado con nostalgia tanguera, su estilo de varón balcánico tan parecido a los muchachos de la esquina.
-¿Qué te llamó la atención, qué encontraste de especial en la Argentina, en los argentinos, cuando viniste a vivir aquí?- le pregunto.
-La primera sensación fue la de haber llegado a un país exagerado. Sobre todo para mirarse a sí mismo. Los argentinos no se andan con medias tintas –me dice Branko, en cu correctísimo español con fuerte acento eslavo-.O se consideran a sí mismos los mejores del mundo, o los peores, nada de ser más o menos como todos. Es un país de narcisistas, obsesionados consigo mismos y con el reflejo de su imagen en los otros. A un extranjero nunca se le pregunta por su país, por sus costumbres, por sus diferencias: lo que les interesa a los argentinos es”¿Qué piensan de nosotros? ¿Cómo nos ven?” ¡Es difícil hacerles entender que los habitantes del resto del mundo no pasan la mayor parte de su tiempo pensando la Argentina!
-Branko, tenés razón, por eso mismo creo que esta nota les va a interesar mucho a mis lectores.
-Éste es un país que ha vivido muy aislado, encerrado en sí mismo durante muchos años. Muchos argentinos se creen cosmopolitas porque tienen un bisabuelo ruso, o un abuelo italiano. Se inventan un mundo que creen conocer y así más de uno se imagina, por ejemplos, que los recuerdos del nono le alcanzan para entender la Italia de hoy.,
-Bueno, también tendremos alguna cualidad…
-¡Muchísimas! Por algo estoy viviendo aquí desde hace tantos años. Los argentinos tienen un grave problema de autoestima: son mejores de lo que ellos mismos se imaginan. Son bondadosos y excelentes amigos, entre otras cosas, gente abierta y generosa con una extraña fascinación por hacer cola. Donde hay tres argentinos, se miran unos a otros y enseguida se ponen en fila. Cuando estoy en un aeropuerto extranjero y tengo que buscar el gate para embarcarme a Buenos Aires, ni siquiera me fijo en el número: donde hay una cola, allá voy. Jamás me equivoqué.
-¿Te resultábamos raros al principio?
-No, al contrario, siempre me sentí cómodo aquí. Pero cuando empecé a hablar con la gente, me di cuenta de que los argentinos tienen el surrealismo incorporado a la vida cotidiana. Nadie tiene trabajo, todos tienen proyectos, no hablan de sí mismos como si fueran gente real, sino como si fueran personajes, protagonistas de sus propias ficciones.
“La mayor parte de los argentinos cree que están aquí de paso, siempre fantasean con vivir en otro lado: en realidad están fuertemente arraigados a su suelo, pero no lo saben. Es casi cómico escucharlos hablar de su falta de identidad, cuando lo cierto es que un argentino en el extranjero se reconoce a muchos metros de distancia. También me llama la atención la forma en que todos hablan siempre de los argentinos en tercera persona. Siempre “Los argentinos son”. Es muy raro que alguien diga “Nosotros somos”.
-¿Y qué te gusta del país?
-¡Ah, tantas cosas! Por ejemplo, para un europeo este es un país virgen, donde todo está por hacer. Con bosques, con grandes extensiones de terreno vacío… es casi como Europa en el siglo XV. Hay tantas experiencias que todavía no se han hecho… Por ejemplo, me resulta increíble la manera artesanal en que se fundó Villa Gesell en pleno siglo XX. Mirá, en 1993, como periodista, entrevisté a un alto funcionario de la Secretaría de Minería. El hombre me confesó que no tenían mapa geológico ¡del ochenta y tres por ciento del territorio nacional! “Pero qué importa” me dijo: “Somos un país ganadero. Aquí, todo lo que vale la pena, está arriba de la tierra. ¡Para qué vamos a andar excavando!” Sin embargo, a alguien se le ocurrió que teniendo la frontera a quince kilómetros de la mina de cobre más grande del mundo, quizás había algo también de este lado. Y de hecho en los cinco o seis años siguientes se inventaron y se desarrollaron los grandes proyectos mineros internacionales de San Juan y Catamarca. ¡Y el boom turístico! Una posibilidad que recién ahora está descubriendo. Como te decía, todo está por hacer aquí, y eso es fascinante.
-¿Y qué pensás de nuestras comidas?
-Más que de las comidas, me gustaría hablarte del paladar terriblemente conservador del argentino: asado, milanesa, pollo al horno, ensalada, papas fritas. En Bahía, la ciudad brasilera, me encontré con grupos de argentinos deambulando por Pelourinho buscando desesperadamente dónde comer un pollito a la brasa. La cocina bahiense no les provocaba la menor curiosidad.
-¿Y en qué otras áreas también somos conservadores?
-Lo más típico de los argentinos, Ani, es su enorme sensibilidad y una capacidad creativa que los pone por encima de los estándares internacionales. Por algo en el mundo hay tantos argentinos ocupando altos puestos en los que se requiere creatividad. Tal vez esa sensibilidad extrema explicaría el gran desarrollo de la psicología clínica, esa obsesión por el psicoanálisis que Buenos Aires comparte solamente con Nueva York.
-Pero no negarás que somos muy indisciplinados…
-¡Claro que lo niego! No son más indisciplinados que la mayoría de los habitantes de este mundo. Tampoco son suizos, por suerte. Los argentinos no son fundamentalistas en cuanto a las reglas del juego, saben hacer excepciones, son flexibles y eso no es un defecto sino una virtud.
-¿Y qué pensás de nuestra forma de vestir?
-En los hombres, tan tradicional como el paladar. Es curioso, porque no se visten como latinoamericanos, sino como noruegos. Las telas son tan gruesas… Cuando necesito un traje fresco de verano, tengo que ir a comprarlo a Brasil. En pleno verano con más de treinta grados, usan zapatos gruesos y cerrados, con suela de goma. ¡Y los colores! Parecen sepultureros. A lo más que se animan cuando están de sport es a una camisita celeste. La moda de las mujeres creo que está cambiando para bien. Cuando llegué, hace unos catorce años, todas se vestían con un par de talles menos del que necesitaban.
-Branko, por favor, al bueno para terminar, que nos hace tanta falta…
-El buen teatro, por ejemplo. Producto de la imaginación, la expresividad, la inteligencia y el sentido del humor de los argentinos.

***




sábado

ENERO.2010.


Meditación (Acrílico sobre tela) - Pablo Rocca

No quiero recordar, pero esto me recuerda a otros eneros donde siempre esperábamos una debacle a nivel financiero.
Ya no es tiempo de discursos exaltados; afuera, en los jardines y patios, enero discurre bullicioso y noctámbulo; adentro me aburro de las mismas figuras con distinto rostro que defienden de forma similar y con retóricas vacías intereses corporativos que ya escuchamos demasiado y nos hacen cambiar de canal. Quizás que no esté Tinelli sea una ventaja, de esas que hacen que no quede alternativa más que la realidad reflejada pobremente por lo medios, por periodistas que ya no son tales y se parecen más a panelistas de un talk show que a comunicadores sociales.
Esos tonos de voz elevados que antaño marcaban pasión, hoy son molestos porque generan un grado de violencia intolerable, unas ganas de salir a pegar o salir a matar o simplemente ponerse a discutir acaloradamente como si eso significara razonar. En el otro extremo yacen los tonos monocordes, tranquilos, grises y vacíos que causan somnolencia y dan a entender lo que esconde el discurso, es como ver a alguien hablar y entender que quiere decir exactamente lo contrario… en definitiva después de una jornada de padecer los avatares republicanos de un país que se parece más a una monarquía que a una democracia es imposible no terminar con parte de las neuronas quemadas, extasiadas, agotadas y con ganas de no saber absolutamente nada… y después nos preguntamos, algunos, porque es que la gente no tiene el más mínimo interés en la vida política del país.
Aquellos jóvenes impetuosos que hace años asumieron cargo con ganas hoy rebasan de vicios redhibitorios mostrándonos las hilachas que creímos no tenían, quizás debamos entender que hay ámbitos que comen cabezas y amansan a cualquier espíritu; y para nuestro futuro quizás debamos pretender que los actores de nuestra vida política tengan ciertas cualidades que excedan al carisma, al dinero y a la popularidad, para centrarnos en personalidades que sean capaces de no tener precio, tener vocación política y vocación de servicio. Política sigue siendo mala palabra en Argentina y ya viene siendo hora de que entendamos que las malas palabras no existen.





jueves

2010