Mar De Fondo: catarsis
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sábado

Para la fogata III

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Todos en la vida de todos, todos metidos y comentando y participando. La familia es una comidilla de comentarios e intenciones donde está en tela de juicio la conducta ajena y no la propia, es una manera de taparse, una frazadita en invierno, un manto de invisibilidad. El deporte nacional es sacar el cuero y es divertido ¡¿Qué duda cabe?! Aunque en la familia hablar mal de la madre de tu primo implica hablar mal de tu tía, toda una cuestión. Son los entreverados lazos los que inquietan y hacen tomar parte de la vida ajena como si se tuviera más derecho, pero la verdad es que no se tiene el derecho de decidir como, que, quien es mejor o peor. Dicen que tarde o temprano la sangre tira y todo se arregla, por lo menos en la superficie, pero los heridos de la batalla quedan y los rencores se acumulan y después vienen las fiestas para que aguantemos a esos que no tenemos ganas de ver, para que veamos a esos que siempre nos cayeron bien y de los cuales sabemos poco y nada más que por cometarios y con los que queremos estar (que generalmente son con los que estamos el resto del año en contacto) a veces no estamos porque ellos también tiene que estar con los que no se aguantan, con los que tuvieron entreveros, con los que no saben nada más que esas noticias que trascendieron en la comidilla del reguero de pólvora de la interna familiar. Las reuniones a las que se asiste por compromiso social no deberían llamarse fiestas. No queda mucho de festivo en ellas. Las Fiestas no son una fiesta.
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Para la fogata II

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Creí escuchar, creí ver lo que no estaba, pero no aluciné del todo. Estaba ciega y en mi ceguera no logré recordar que el amor es ciego. Quizás no vea mejor ahora pero las estrellas no lucen tan nubladas. Repaso frases o ellas flotan sobre la superficie de mi mente de vez en cuando y encuentro lo que pensé que me decía y encuentro lo que nunca dijo y creí oír. Todo se mezcla en frases, gestos, miradas… no puedo concluir en una verdad, no parece haber una sola. Se contradijo y me mató, dijo algo así como: “lo que dije se puede haber interpretado como…” y mi alma se fue al piso. Una lástima que mis sentimientos no hicieran lo mismo. La razón tomo el lugar de las decisiones y creí entender que eran mis repreguntas las que me terminaban de traducir lo que se me decía, entonces dejé de decir para otorgar y noté que todo se tornaba ambiguo y distante ¿Quién era yo entonces? ¿Un traductor universal? ¿Una maquina que pone tildes en palabras ajenas, un corrector que redacta? Yo no decidí que era triste, la tristeza me acompaño al baño, a la cocina, al balcón. Pensé en cambiar, en dejar de escribir sobre sentimientos y escribir sobre situaciones, acciones… y no decido exactamente lo que me moviliza a escribir, es mi necesidad de catarsis la que toma el control de mis manos mientras hago multitasking con la TV, la radio, la Internet, los puchos y el vino. Me gustaría ser como esas personas que se llenan la boca hablando de tomar el control de todo en sus vidas, pero no se puede tener control sobre todo y ya me di cuenta que es mejor soltar algunas cosas, dejarlas ir. A veces creo que si las cosas retornan es que pertenecen a ese lugar, aunque ya no estoy tan segura, quizás solo sea un consuelo. Me duele el silencio.
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Para la fogata I

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Insiste en que me guste lo que no me gusta, insiste en ofrecerme lo que no quiero para poder decir que rechazo todo lo que me da. Al parecer soy tan desagradecida que no encajo en ningún molde de los que tenía previstos para mí. Las reglas siempre estuvieron ahí y tardé demasiado en entenderlas, creo más que nada porque no sabía que todo se parece a un juego en el que uno tiene que luchar por ser un sujeto en un mundo de objetos, objeciones y conductas objetables.
Ya no tiene mucho sentido cambiar a nadie ni pretender soeces como esas. Quizás la cosa sea salirse del campo de juego, que a esta altura parece más un campo de batalla, y entender que no hay molde para mí –ni para nadie-, que sé lo que me gusta y lo que me gusta es lo que necesito y quiero, y lo demás es prescindible. Caí en la cuenta de que me conformé con placebos de comodidad y buen sabor. Quiero mi amarga medicina, pero la quiero ya y pretendo curarme de los venenos que a cuentagotas me deslizó en la corriente sanguínea durante estás décadas. Si se es infeliz y miserable no se puede evitar ser tóxico para los demás. No se puede convivir y salir ileso. Hay que soltar para tomar las riendas de lo propio, hay que abandonar el juego, dejar el intento de ganar: es imposible. Game Over.
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