Para la fogata II
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Creí escuchar, creí ver lo que no estaba, pero no aluciné del todo. Estaba ciega y en mi ceguera no logré recordar que el amor es ciego. Quizás no vea mejor ahora pero las estrellas no lucen tan nubladas. Repaso frases o ellas flotan sobre la superficie de mi mente de vez en cuando y encuentro lo que pensé que me decía y encuentro lo que nunca dijo y creí oír. Todo se mezcla en frases, gestos, miradas… no puedo concluir en una verdad, no parece haber una sola. Se contradijo y me mató, dijo algo así como: “lo que dije se puede haber interpretado como…” y mi alma se fue al piso. Una lástima que mis sentimientos no hicieran lo mismo. La razón tomo el lugar de las decisiones y creí entender que eran mis repreguntas las que me terminaban de traducir lo que se me decía, entonces dejé de decir para otorgar y noté que todo se tornaba ambiguo y distante ¿Quién era yo entonces? ¿Un traductor universal? ¿Una maquina que pone tildes en palabras ajenas, un corrector que redacta? Yo no decidí que era triste, la tristeza me acompaño al baño, a la cocina, al balcón. Pensé en cambiar, en dejar de escribir sobre sentimientos y escribir sobre situaciones, acciones… y no decido exactamente lo que me moviliza a escribir, es mi necesidad de catarsis la que toma el control de mis manos mientras hago multitasking con la TV, la radio, la Internet, los puchos y el vino. Me gustaría ser como esas personas que se llenan la boca hablando de tomar el control de todo en sus vidas, pero no se puede tener control sobre todo y ya me di cuenta que es mejor soltar algunas cosas, dejarlas ir. A veces creo que si las cosas retornan es que pertenecen a ese lugar, aunque ya no estoy tan segura, quizás solo sea un consuelo. Me duele el silencio.
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