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Jugamos a lo social, a las apariencias que debieran contener las experiencias. No decimos, omitimos y damos lugar a que piensen lo que quieran, somos funcionales el uno al otro para hacer de cuenta que el hueco dejado por el deseo real de un otro concreto no se siente tan inmenso y vertiginoso. A veces alguno se asusta cuando los roces con el exterior pueden confundir sustancia con esencia y la distancia prudencial se impone de vuelta como un manto de piedad. No salimos a buscar, no salimos a encontrar nada. Convencidos que ya es nada lo que hay, sólo nos deslizamos por la superficie de los actos que debieran llenar amores de profundidad pasmosa. Es el deseo de compartir lo que tira más que una yunta de bueyes, es la necesidad de un observador, de un biógrafo lo que lleva al borde de la histeria los pequeños actos compartidos, cuadros improvisados que se plantean para traer la fisonomía de aquella vorágine pacífica y para ofrecer, por un rato, la apariencia de que se tiene lo que no se posee por derecho adquirido o propio. Hacemos todo lo que se puede hacer sin tener lo esencial, decimos todo lo que se puede decir sin expresar las anheladas palabras que debieran escucharse y decirse, olemos sin tocar, degustamos sin desear, oímos sabiendo las omisiones, y todo es medianamente imperfecto tanto como perfecto. Jugamos a jugar, al “como si”: como si fuera cierto…
No hay guerra, batalla, ni competencia, no hay que ganar terreno, nada queda por peder en apariencia. Siendo casi el uno el objeto del otro los sujetos son funcionales al enriquecimiento de los personajes que se sientan uno frente al otro a la hora de actuar. Hasta en las sorpresas no hay apariencias, pero hay cartas echadas antes de sentarse a la mesa que funcionan más como un oráculo que como una partida. Antes de partir estamos volviendo y antes de terminar ya nos fuimos.
No hay guerra, batalla, ni competencia, no hay que ganar terreno, nada queda por peder en apariencia. Siendo casi el uno el objeto del otro los sujetos son funcionales al enriquecimiento de los personajes que se sientan uno frente al otro a la hora de actuar. Hasta en las sorpresas no hay apariencias, pero hay cartas echadas antes de sentarse a la mesa que funcionan más como un oráculo que como una partida. Antes de partir estamos volviendo y antes de terminar ya nos fuimos.
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