Mar De Fondo: No volver

martes

No volver



El avión con rumbo sur llegó al mediodía. Se sentó a esperar el micro que tardaría casi tres horas hasta el pueblo. A pesar de nunca haber estado allí sintió que de alguna manera volvía. Le atraía la cercanía a la cordillera y el clima fresco. El verano era insoportable en capital. La humedad siempre era un problema y la excusa para todo malestar porteño. Compulsivamente, los días anteriores, escribió hoja tras hoja de pequeños ensayos reflexivos. Sentía que había retomando cierto ritmo con la escritura y por alguna razón quería dejar eso en letras antes de irse. Tenía tantas cosas en la mente, las posibilidades parecían infinitas con lo que podía pasar. Él era su punto de arribo de alguna manera y que fuera local la ayudaba a no sentirse del todo perdida y a provechar mejor su estadía.
Los días se sucedieron y ni su visión más pesimista la preparó para esto. No logró conversar con él más de veinte minutos seguidos y mucho menos tener un momento a solas para tratar de entender que pensamientos tenía. Esa oportunidad de conocerlo un poco mejor se había esfumado para el anochecer del último día. Sintió casi como un deber autoimpuesto de su parte venir a despedirse aquella noche, noche en que ninguno dijo nada, ella porque no podía reclamar nada ya que no se sentía ni siquiera con el simple derecho que tiene una amiga a pedir atención y él… bueno, ella nunca lo supo. Se quedó con las ideas que tenía para contarle, con las cosas que quería mostrarle, y hasta casi con el regalo que le había llevado, que él le devolvió sin abrir. Si no fuera porque ella le recordó que era para él, hasta se hubiese quedado con eso como le último gesto de desprecio. Por un momento sintió una especie de rencor inexplicable de su parte y se dio por vencida. Lo mejor era dejar ese pueblo lo antes posible. Soportó su habitual ansiedad en el despegue y no se asustó por la turbulencia. Tenía algo de experiencia en vuelos y su fantasía paranoica de morir en un accidente de avión era algo que tenía asumido. “Siempre lo pienso, nunca me pasó” y sonrió. Pensó una vez más en el último instante y se arrepintió de su orgullo, de su actitud y su silencio. Y eso fue lo último que vio hasta que la máscara saltó frente a su cara y entendió que esta vez estaba pasando, que era real y que estaba a punto de ser parte de las estadísticas de accidentes aéreos.

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